viernes, 13 de noviembre de 2009

Noche misteriosa

En esta parte de la ciudad raramente se encontraba taxi y los autobuses ya no circulaban. La humedad y el frío de la noche se me estaban metiendo en el cuerpo. Caminaba cansado mientras vibraba en el aire la última campanada que anunciaba la medianoche. Fue entonces cuando de repente oí, más allá de aquella esquina extrañamente iluminada, un profundo grito que me atrajo.
El sentido común me decía que huyera rápidamente, pero...

la tentación no hizo caso a mi mente, de modo que seguí mi camino para ver el suceso detrás de esa misteriosa esquina. Entonces vi a una chica en el suelo, con manchas rojas en su vestido azul y heridas en su cuerpo, llorando y gritando desconsoladamente. Me señaló el oscuro final de la calle y vi una sombra corriendo, dándose a la fuga. Esa sombra parecía un chico, con una larga melena. Fue lo único que pude distinguir entre la espesa niebla que inundaba las noches de la ciudad. Yo me estaba asustando por momentos. No sabía que hacer, si quedarme con ella o seguir al agresor. E hice lo que me dictó mi sentido común.
Traté de calmar a la chica, pero mientras lo intentaba, yo me ponía más nervioso. Le pregunté como se llamaba, pero ella parecía absorta: solo gritaba y lloraba. Llamé a una ambulancia, y la acompañé hacia el hospital. Dije todo lo que sabía a la policía, que apareció después de una eterna hora esperando a algún médico o a alguien que me dijera el estado de la chica. Los policías me dijeron que no me preocupara, que darían con el agresor, y que ella se recuperaría pronto. Lo que dicen todos los policías.
Y nunca más volví a saber nada de ella.

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