lunes, 1 de marzo de 2010

Testamento Vital

Elena se marchó, dejó olvidado un cuerpo dormido. Eulalio dejó abiertas las ventanas. Ella se alejó sonriendo, imaginando mientras la tarde caía, ese camino, también el fin del trayecto. Él imaginaba dos entradas para el cielo. A ella le quedaba despedirse y arder en una estrella. A él disponer que abrieran las ventanas otra vez y le dejasen marchar, que la noche no le doliera. Aunque así, una ofrenda sin pedir a gritos la vida le trajo, su pequeño milagro. Sin embargo conocerle aquí fue todo aquello que algún día fueron y a la vez fue encontrar el tesoro que escondían los dos. A la luz de la noche se intercambiaban lloriqueos y palabras, “Duerme, mi pequeño, que en el país al que vas dormido escriben la verdadera historia los vencidos. No temas despertarte, que la luz que se cuela por el tamiz de tus sueños alumbra esta noche y limpia el cielo del mundo. Duérmete y que vuestro sueño custodie el futuro.”, hasta que bañando la noche sin luz de su utopía, su voz fue incapaz de tapar ese estruendo.
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