miércoles, 11 de noviembre de 2009

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En esta parte de la ciudad raramente se encontraba taxi y los autobuses ya no circulaban. La humedad y el frío de la noche se me estaban metiendo en el cuerpo. Caminaba cansado mientras vibraba en el aire la última campanada que anunciaba la medianoche. Fue entonces cuando de repente oí, más allá de aquella esquina extrañamente iluminada, un profundo grito que me atrajo.

El sentido común me decía que huyera rápidamente, pero... no sé, me mataba la curiosidad de saber qué ocurría. Puede que alguien estuviera en apuros y necesitara de mi ayuda... Así que hice de tripas corazón y me dirigí hacia aquella misteriosa esquina con el corazón latiendo fuertemente en mi pecho.

Cuando llegué, me asomé cuidadosamente... y fue entonces cuando la expresión de horror de mi cara reflejó el terrible suceso que estaba presenciando: una chica de unos 20 años yacía muerta en el suelo de la calle. Tenía el estómago ensangrentado fruto de varias puñaladas.

Su agresor se encontraba a escasos metros de ella, recogiendo sus cosas y marchándose.

De repente, sentí el impulso de seguirlo y retenerlo, pero iba armado y yo no, así que me quité esa idea de la cabeza y pensé en esperar a que se marchara para socorrer a la chica y llamar a una ambulancia para ver si podían hacer algo por ella.

Pero fue entonces cuando noté un garrote a mis pies. Lo cogí y me dispuse a perseguir al agresor de la chica, a pesar de que estaba bastante alejado de mí. No suelo tener puntería, pero como me percaté de que era mi única opción, lancé el garrote con tanta suerte que le asestó un golpe lo bastante fuerte como para dejarlo inconsciente.

Llamé a la policía para que vinieran a buscarlo, y mientras un coche patrulla se dirigía hacia el lugar donde se encontraba el asesino, fui a ver el cadáver de la chica apuñalada.

Pero un escalofrío recorrió mi cuerpo al percatarme de que el cadáver de la chica, para mi sorpresa, había desaparecido sin dejar rastro.

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