viernes, 27 de noviembre de 2009

La historia de la chica del asiento 33

A las 12 de la noche el cielo se rompió en pedazos. Nosotros estábamos tocando el piano; no nos importó demasiado. Nuestros dedos se conviertieron en las teclas del instrumento y creímos que nadie nos estaba escuchando. El silencio de las personas que teníamos al lado era todo lo contrario: sus pensamientos se oían a kilómetros. Creo recordar que entonces se conviertieron en ranas. Estaban a nuestro alrededor, vigilando nuestros pasos.

Entonces yo te miré y creí que no había nada tan perfecto. Creí que con querer algo bastaba. No entendí, en ese momento, que mi corazón se estaba agujereando y que ni yo misma quería darme cuenta.
Quería llegar a decirte tantas cosas que se juntaron todas a la vez y formaron algo a lo que temí. Le tenía terror. Un grito desgarrador me inundó el cuerpo y las palabras salieron hacia dentro. Fue el momento en que me di cuenta que el 8 no era más que el infinito de pie.

Toda mi vida se había convertido en números girando y libros que ya nadie leía. Te miré a los ojos y mis tobillos se rompieron como si fueran columnas de arena. Quería darme cuenta de que todo había cambiado menos tú: seguías estando inseguro a cada paso. Como un viernes por la noche.
El cielo se volvió a juntar y yo te miré dándote a entender que todo era perfecto ahora. Me encontré una nota en el asiento 33 y supe que desde ese instante nada sería igual.
Tú ya estabas hecho de sonrisas.

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