domingo, 21 de febrero de 2010

Rafael. Rafael. Rafael.

Rafael. Rafael. Rafael. Y así hasta ciento diecinueve veces.
El niño al que primero iba a dejar morir se había convertido en usu única razón para vivir.

Todo comenzó cuandó murió Elena. Me sentía tan sumamente desolado que no podía pensar en nada. Me limitaba a mirar al niño sobre su madre muerta, el niño que había sido la causa de su muerte y a la vez el fruto de ésta.
No supe reaccionar, mi mundo se derrumbó al morir Elena: ya no quería seguir el camino hasta Francia, ya no sabía qué hacer con el bebé recién nacido, ya no quería continuar con mi vida... Todo había sido en vano. La huida ya no tenía sentido, no sin Elena, sin Elena no existía ningún camino que recorrer.
Al crío lo dejaría morir junto a su madre, pues ella hubiera sabido cuidarlo y lo hubiera enseñado a reír.
Todavía no me puedo creer que esté muerta. En aquellos momentos, me puse mirar al rostro pálido y sin vida de Elena sin ser capaz de reaccionar ni de fijarme en otra cosa.

Todo esto no hubiera pasado si hubieramos hecho caso a sus padres, si Elena no me hubiese acompañado en mi huida, si no hubieramos emprendido un viaje interminable estando ella de ocho meses. Si aún me sigo sintiendo terriblemente culpable, ¿cómo creéis que me sentía en aquél instante? Estaba destrozado, desconsolado, atormentado.

Después de varios días devanándome los sesos, me dí cuenta que era mi deber alimentar al niño, no podía dejarlo morir, me sentía responsable de él. Empecé a preguntarme si Elena hubiera querido un hijo derrotado y me encontré dándole a chupar un trapo mojado en leche desleída en agua.

Yo escribía poemas para explicar lo que sentía y para no sentirme tan solo. Ahora que leo lo que escribí, me doy cuenta de que la situación estaba pudiendo conmigo, pues cada vez escribía y dibujaba en mi cuaderno cosas más raras e indescifrables.
A menudo, relacionaba la literatura con la realidad nombrando a poetas y citas como "Infame turba de nocturnas aves" que todavía no sé por qué escribí aquella cita. Supongo que en aquella braña, debía ser el único medio por el cual me relacionaba con la cultura y pensar en literatura y en aquellos personajes como Lorca y Bécquer me permitía evadirme por unos instantes de la difícil situación que estábamos viviendo mi hijo y yo.
"Mi hijo". Ya empezaba a quererlo y a considerarlo algo mío. Fui sufriendo un progreso desde que empezó la historia, si se le puede llamar así, y aunque el niño acabó muriendo y yo acabé por quererlo, besarlo y ponerle un nombre: Rafael.

Los últimos días fueron los más duros, pues se notaba que Rafael tenía hambre, necesitaba calor y sobretodo aliento. Y yo no supe mantenerlo con vida aunque puse todo mi empeño en ello.
Después de la muerte de Rafael, apenas escribí en mi cuaderno, pues el lápiz terminó por acabarse después de mis garabatos con el nombre de mi hijo.

"La guerra no se da sólo en el campo de batalla". Divinas palabras.

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