lunes, 22 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en el olvido, 1940.

Han pasado tantos años que ya me cuesta leer lo que escribí hace demasiados inviernos. Era 1940 y ella murió. Nos conocimos unos años antes, casi de casualidad y nos enamoramos al instante.

Ella lo era todo para mi. No fue un bueno año. No lo fue para casi nadie. Nos vimos obligados a huir de la ciudad para ir hacia Francia, pero el camino nos costó demasiado. Y más a ella, por supuesto. Más a ella porque estaba embarazada de 8 meses y agotada por la guerra. La intenté convencer de que no viniera conmigo, pero supongo que eso es el amor. Cometer locuras. Y ella hizo una tan grande que se fue de mi lado para siempre. Pero dejó conmigo el que hubiera sido nuestro mejor tesoro... un pequeño ser humano tan frágil que después de su muerte apenas podía mirar.


Los días pasaban y nuestro refugio no era el lugar idóneo para vivir. Hacía demasiado frío y, además, estaba solo. Sin embargo ni se me pasaba por la cabeza alejar a Elena de mi. Es más, incluso me planteé dejarme morir para estar con ella... si no estaba ella ¿para qué valía yo?

Supongo que el niño lo complicó todo. Juro que yo no quería tocarle, ni mirarle... el mejor sitio donde iba a estar él era con su madre. Ella le explicaría todo lo sucedido y estoy seguro de que me perdonaría, porque entendería que era lo mejor para todos. Entendería mis razones y me daría las gracias por no hacerle vivir en una España tan cruel. Sí, estoy seguro.

El día que lo toqué por primera vez, sin embargo...

Sin embargo supe que no podía dejarle morir. Supe al instante que era su padre más que nunca. Supe al instante que él no merecía ser una víctima más de esta tontería llamada guerra. Supe al instante que yo le daría mi calor y le protegería costara lo que costara.

Fue un cúmulo de cosas. Demasiado frío, poca comida, la falta de su madre... a medida que pasaban los días lo que escribía era más difuso. Supongo que enloquecí un poco. Ver a mi amor tumbado en el suelo, blanca, fría, sin moverse... me dolía. Me dolía mucho. Pero me repetía que no podía pagarlo con el crío, que de vez en cuando sonreía. Y cuando lo hacía yo tenía menos frío.

Pasaba el tiempo recordando poemas y autores. Me ayudaban a enlazarlo todo, además mi inexperiencia como padre iba quedando a un lado cada vez que le daba un beso o le preparaba la comida. La literatura era entonces mi mejor compañera; siempre encontraba unos versos que decían exactamente la situación que estaba pasando y, aunque parezca una tontería, a mi me reconfortaba. Me sentía menos solo, aunque menos humano también.

El día en que me desperté y el bebé había muerto se me partió el corazón y estuve recogiendo los trozos durante horas. Durante esos años maduré tanto que todavía me siento joven cuando lo recuerdo. Será porque estas cosas son las que te marcan... será porque Elena y Rafael siempre estarán conmigo.

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