lunes, 5 de abril de 2010

Si él se va... entonces ¿qué pasa con nosotros?

Hoy, martes, me he dado cuenta de que vivo entre dos mundos separados por una puerta: la de un tercer piso en una calle de Madrid.



En un mundo, el más complicado por naturaleza, soy Lorenzo, tengo 7 años y soy huérfano de padre. Voy al colegio y mi madre es la única persona de mi familia. Mis profesores me vigilan, me preguntan y lo único que puedo pensar es que ese mundo me agobia. No me gusta. Me produce angustia y contradicción, y todo porque sé que es una completa mentira. Es el mundo real, no en el que vivo, sino en el que me obligan a vivir.



Cruzo la puerta.



Vivo en un mundo íntimo, en mi casa. Estoy rodeado de silencios y de miedos, pero arropado por el amor y el cariño de mi padre, que, obligado por las circunstancias, vive en el otro lado del espejo, oculto de la vida real, de lo cotidiano. Todo es más complicado. Mi madre, el nexo de unión. Es el alma que nos da ánimo a los demás, que lo perdimos hace tiempo. Heroína de la historia. Enamorada. Todo lo hace por amor.



Cruzo la puerta de nuevo.



El ascensor ha bajado tres pisos y, por mucho que no quiera, vuelvo a estar viviendo en la parte que refleja el espejo. Mi profesor acosa a mi madre a la que cree viuda, lo que no sabe es que el anillo en su dedo gana validez una vez ha cruzado la puerta de casa.

Nos obligan a creer que la guerra ha sido una victoria en mayúscula, que las víctimas eran héroes y los muertos caídos por Dios y por España. Todo era real pero nada verdadero, y yo aprendí a diferenciarlo.



Mi padre es fiel a lo que piensa, no quiere matar por defenderlo. ¿Si tiene derecho a pensarlo? Por supuesto que tiene derecho, porque no hiere a nadie. Porque él no es como los demás. Porque mi madre lo entiende y lo comprende, aunque cada vez sea más complicado hablar con palabras. Yo sé que ellos se quieren.



Cuando chocan los dos mundos y descubren a mi padre, fiel a si mismo por amor, por dignidad, por fidelidad, por principios y por convicciones todo se desmorona.


El secreto que hemos ocultado durante años nos explota en la cara. No comprendo lo que pasa, no del todo, pero sé que no está bien. Mi profesor, la persona que en teoría tendría que enseñar y ayudar a los niños y a las personas en general, no había parado hasta que lo había conseguido. Nos ha destrozado la vida.



Ahora ya nada es un secreto. ¿Cómo puede ser un secreto algo que ya no compartes con las dos personas más importantes de tu vida? Y es entonces cuando, consciente en todo momento de sus acciones, decide zanjar el asunto de la manera que él cree la indicada. Se acerca a la ventana y se tira. Nos deja. Se va. Él muere… y todos morimos un poco.



Recuerdo que, hace algunos meses, miré a mi padre pero me ví a mi mismo. Dios sabrá qué tipo de metáfora era esa y qué significado tenía, pero creo que me hice una idea. A día de hoy, yo tampoco lo he olvidado...

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