Des del principio, mi hijo se sintió reacio a ir al colegio. Primero pensé que eran cosas de niños, pues cuando empiezan a crecer comienzan a detestar las obligaciones, pero cuando Lorenzo nos explicó que su profesor le preguntaba acerca de su familia, empecé a alarmarme.
La cosa fue a más, y Lorenzo nos contaba que las preguntas que le hacía el diácono
que tenía como profesor se estaban convirtiendo en un acoso, pues no lo dejaba en paz en ningún momento que mi hijo tenía libre.

Lorenzo cada vez insistía más en dejar de asistir a clase, ya que quería fingir enfermedades y hacer demás locuras para evitar el colegio.
Yo ya no sabía que hacer: entre el niño reacio a ir a la escuela, el diácono que a saber que se traía entre manos y mi marido escondido en un armario la mayor parte del día y que cada vez se volvía más autista yo estaba al borde de un ataque de nervios.
Pero un día lo descubrí, él ni se dió cuenta, pero yo le vi: el muy desgraciado me estaba siguiendo. Sí, el maestro de mi hijo. Sí, un clérigo. ¿Así que todo lo que le preguntaba a Lorenzo era porque estaba interesado en mí? Sentí en parte alivio y en parte repulsión. No quería que descubrieran a mi marido, y me había quitado un peso de encima el saber que nadie sospechaba y que nadie nos estaba investigando... pero no me hacía mucha gracia que ese cura se obsesionara conmigo.
Decidí no darle demasiada importancia hasta que pasó lo inesperado. Fue muy rápido y muy desconcertante: el hermano Salvador (el maestro de mi hijo) llamó a la puerta de mi casa preguntando por Lorenzo, pero luego vino hacia mí y se me puso a horcajadas encima intentando violarme. Me sentí sucia, indefensa, rabiosa y engañada a la vez cuando vi a mi marido salir del armario y atacar al hermano Salvador. Lo que pasó después, no merece la pena recordarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario