lunes, 9 de noviembre de 2009


En esa parte de la ciudad raramente se encontraba taxi y los autobuses ya no circulaban. La humedad y el frío de la noche se me estaban metiendo en el cuerpo. Caminaba cansado mientras vibraba en el aire la última campanada que anunciaba la medianoche. Fue entonces cuando de repente oí, más allá de aquella esquina extrañamente iluminada, un profundo grito que me atrajo. El sentido común me decía que huyera rápidamente, pero... eran tantas las ganas de vivir situaciones extremas, que por esta vez dejaba al sentido común fuera de juego.

En el bar todo el mundo explicaba sus historias y aventuras, algunas más creíbles que otras, y yo no quería ser menos. ¿Qué les iba a contar, que llevo tres noches cerrando yo el bar? ...¡Qué emoción!
Así que avancé lentamente y con el mayor silencio posible hasta la esquina. Fui la más precavido que supe. Ahora el viento soplaba cada vez más fuerte, y empezaba a chispear. La tercera farola de la calle empezó a parpadear durante unos segundos, hasta que se apagó. Eso cada vez estaba más oscuro, y yo escondido tras un buzón cada vez veía menos. Solo escuchaba golpes, y unos pasos muy acelerados, como si alguien huyera corriendo. Entonces salí yo. Todo estaba muy oscuro y la lluvia cada vez era más intensa... Allí no había nada.

No podía ser posible, eso era muy extraño... dudo que mi imaginación juegue tanto conmigo. Cansancio, estrés, muy mala alimentación... un cóctel que a la larga, puede ser de lo peor, o eso es lo que decía mi madre.
Lentamente retrocedí de vuelta a la esquina, y una vez allí, eché a correr.

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