A causa de tener una ideología diferente a la del bando fascista, me refugiaba dentro de un armario en mi propia casa, por tal de evitar problemas a mi familia y de ser encarcelado y asesinado por los fascistas.
La impotencia y la ira me invadía, el no poder estar con mi familia de la manera que me hubiera gustado, y no poder protegerla ni cuidarla como es debido.
Al principio todo iba relativamente bien dentro de esa realidad en la que vivíamos mi familia y yo. Mi hijo iba a la escuela y Elena trabajaba en una lencería para poder pagar los gastos de la casa y yo mientras tanto traducía textos que Elema me encomenaba para no olvidar mis conocimientos de profesor y sobretodo para conseguir algo con el que poder alimentarnos.
Aun las cosas estando ya complicadas, el hermano Salvador nos empezó a complicar aún más la vida,ya que cuando Elena me explicaba que el hermano Salvado insistía casi siempre en acompañarla a casa, a las preguntas con las que bombardeaba a Lorenzo, o las visitas inesperadas que acababan con la tranquilidad y el silencio de nuestra casa.
Y yo sin poder hacer nada para acabar con el acoso que recibían mi hijo y mi mujer... ya que si lo hacía, todos mis esfuerzos, los silencios, todas las cosas que habíamos hecho... no hubieran servido para nada.
Yo estaba en mi casa, pero no ocupaba ningún lugar en ella, solo me encerraba dentro del armario hasta cuando no había nadie en casa, e incluso a la hora de dormir. Toda esa situación era un caos, me estaba dando por vencido, tanto sufrimiento y sobretodo toda esa impotencia que llevaba dentro era demasiada.
Aunque Elena me ayudaba a no perder la calma y a no sufrir era imposible, no podía quitarme de la cabeza la realidad en la que estábamos viviendo. Un buen día, el hermano Salvador vino a visitar a Lorenzo (ya que pensábamos escaparnos y por eso enviamos una carta al colegio diciendo que el niño estaba enfermo), eso empeoró las cosas.
El hermano Salvador entró en mi casa vociferando hasta encontrar a Lorenzo y le preguntó como estaba y a continuación vi como le decía que le dejara hablar con Elena. De repente oí gritar a Elena y mi desesperación llegó a su límite y decidí salir del armario de donde me encontraba, a socorrer a mi mujer.
Me abalancé encima del hermano Salvador, él, desconcertado, no sabía quien era y se lo preguntó a Lorenzo y él dijo que yo era su padre. El hermano Salvador empezó a gritar reclamando a la policía, mientras Elena lloraba desconsolada protegiéndome a mi y a Lorenzo.
Cogí fuerzas como pude y avancé por el pasillo de mi casa hasta llegar a una de las ventanas. No quería dejar a mi hijo ni a Elena, pero era por su bien y para evitarles problemas más adelante, no quería que sufrieran como lo habíamos hecho hasta ahora, así que miré por última vez las caras de Elena y Lorenzo y saqué fuerzas de donde pude para brindarles una sonrisa y finalmente me dejé llevar al vacío.